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Fe a prueba de incendios

Una procesión que iba a ser «para siempre jamás» cada 8 de septiembre agradecía la intercesión divina en la milagrosa extinción de un fuego.

Participantes en una antigua procesión frente a la iglesia de San Francisco, en lo que ahora es Sebero Altube. / DV


En los tiempos que corren, en que hasta las procesiones de Semana Santa pertenecen a un pasado cada vez más remoto, llama la atención la fe a prueba de incendios con que los antiguos mondragoneses afrontaban la vida y la muerte.


Tal día como hoy de hace 504 años la villa acaba de sobrevivir a uno de tantos incendios que reiteradamente asolaron el abigarrado caserío de sus casco histórico medieval. Pero en esta ocasión fue al parecer la providencia divina la que extinguió las llamas evitando así que se consumara la devastación.


El escritor e investigador Josemari Vélez de Mendizabal desempolvaba en su blog Hots Begi Danbolinak aquel suceso de tintes 'milagrosos' que daría lugar a una procesión votiva que se celebraría cada 8 de septiembre, festividad de la Virgen María, durante los siguientes 402 años –hasta 1918–.


El historiador Esteban de Garibay (1533-1599) dejó escrito que el domingo 7 de setiembre de 1516 «tornó a quemarse esta villa a los 27 años y cuatro días del tercer incendio. Esta vez se quemó la calle de Aroscale (hoy de Ferrerías) y en la del Medio desde la iglesia arriba hasta las madres de las servidumbres. Entonces hizo el pueblo el voto de hacer una procesión el día 8 de setiembre e yo vi en la fiesta de 1568 que anduvo en ella de pontifical el Obispo de Calahorra D. Juan de Quiñones y Guzmán».


El incendio desatado durante la noche del 7 al 8 de septiembre debió ser pavoroso, a juzgar por las crónicas de la época. Al parecer se «había encendido muy grande fuego» que los vecinos y moradores de la villa se vieron incapaces de combatir.


Cuenta Vélez de Mendizabal que aquellos mondragoneses se vieron tan apurados que echaron mano de la fe; sacaron en procesión «el cuerpo (cáliz) de Nuestro Señor Jesuchristo del Santo Sagrario e así mismo la imagen de Nuestra Señora de la Virgen María».

La desesperada rogativa debió de funcionar porque «Nuestro Señor, por su piedad y misericordia, milagrosamente usando de su misericordia con el dicho pueblo había matado y atajado el dicho fuego grande».


Los agradecidos mondragoneses, «todos hincados de rodillas en el suelo, con mucha devoción», prometieron que desde ese día –8 de septiembre– en adelante «para siempre jamás» saldrían en «procesión general por todas las calles de la villa el día de Nuestra Señora Santa María de Septiembre, de cada un año, para siempre jamás».


Tan fervorosa era la promesa que la recién instaurada procesión que se llevaría a cabo con la «devoción y solemnidad según y de la manera y forma que se suele acostumbrar hacer el día de Corpus Christi de cada un año, trayendo en la dicha procesión la Virgen María con los Santos que hubiere en la dicha iglesia».


Pero como apunta Vélez de Mendizabal, aquella procesión prometida «para siempre jamás» caducaría en 1918.


Pero el escritor e investigador recupera el testimonio que dejó el historiador José María Uranga: «se sacaban, además de la Virgen del Rosario, las de San Valerio y de San José, que se bajaban de sus respectivas ermitas. Después de terminada la procesión y el acto religioso de la tarde, estas dos imágenes de regreso a sus respectivas ermitas se hacían un saludo de reverencia, muy cuidado por la numerosa concurrencia de cofrades de ambas Cofradías y resto de fieles, delante de la puerta principal de la Parroquia de San Juan Bautista, debajo de la torre».











Fuente: KEPA OLIDEN arrasate.

Domingo, 13 septiembre 2020, 09:35



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